lunes, 5 de marzo de 2018

El hombre que casi conoció a Leopoldo María Panero


De lo que esgriman mis ojos
nació una flor y la deshojo,
ésta no aulla dos veces
a la locura que quemes
en la maldita hoguera
que se siente como una lluvia de piedras
sólo rotas por la persuasión delicada del agua.
Bajo el albor me di cuenta que no soy un incomprendido
porque ella sintió exactamente lo mismo que yo.
Mi corazón es un miembro fantasma
de esta secta de los que despreciamos la droga
porque queremos surcar los límites
para alcanzar el suicidio que es la meta.
Dona que entre mis sueños cabalgas
la promesa de mis reinos es ficticia
pero muy real es mi derrota en las batallas
que la estricnina financia. 
Me mata el hambre en este absurdo septiembre,
soy un superviviente no un superhombre,
no pidas que mi propia cárcel celebre,
en las alucinaciones de mi fiebre está lo que fui siempre.
Al tiempo que devoran tus arrugas en el ataúd
los gusanos cósmicos que son menos que la nada
del alcohol que atesoro en las jorobas de mi espalda
en la tuya salieron un par de alas que me sirvieron de menú.
Le arrojé un palo al perro de los dioses
y me trajo las promesas de hace varias reencarnaciones
que incumplí abrazado a la taza del vater
donde el vómito me habló de la inocencia que definitivamente perderé
en el refugio del baúl de los juguetes que dice como
se cambia la plenitud por una ridícula mota de polvo.

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